LA CIUDAD SE DERRUMBA, Y YO CANTANDO.

Me dirijo a ustedes desde el respeto y la gratitud por la labor que realizan desde sus páginas en redes sociales; tanto «Besana Villoria» como «Ayuntamiento de Villoria». Hace años que dejé de ser usuaria de esta red social, como también de algunas otras que solo provocaban en mí una inmensa soledad en ese océano en que uno se ahoga en la banalidad de los «me gusta» y el terror de las sonrisas que duelen.

Estos días son difíciles para todos los españoles, como lo son también para el resto del mundo. A veces tengo la sensación de que todo se ha detenido. Ese deseo tan humano, tan nuestro (que el reloj pare en este momento y así conservar este instante para siempre; ¡qué maravilloso es desearlo cuando todo está bien!), nos ha dado una bofetada. Y parece que lo hubiera hecho para demostrarnos que, efectivamente, todos debíamos parar… para valorar aquello que realmente es importante en la vida. La solidaridad, el apoyo sin condiciones, la consideración hacia nuestros mayores (que nos sostienen) y el empeño por sacar una sonrisa a los más pequeños son valores y principios que se han perdido. La mayor dignidad que tenemos los seres humanos es el amor, la entrega a los demás sin pedir nada a cambio, tender la mano (y el cuerpo entero) a la ilusión de alguien a quien ni siquiera conocemos, pero en quien podemos llegar a reconocernos.

Observo estos días, en redes sociales y comentarios, mensajes de odio, de reproche, malos modales e irritación, y también palabras de desánimo y de derrota. Supongo que todos tenemos miedo; el miedo es libre. Yo también tengo miedo; miedo de leer los titulares con cifras de nuevos muertos y contagiados por este maldito virus, miedo de escuchar la dura realidad de quienes han perdido a sus seres queridos sin el alivio del duelo: no poder consolarnos con un abrazo cálido. No estar para coger la mano de quien se va, y no tener la oportunidad de dar un beso que lo diga todo. Que diga, también, «adiós». Me asomo por mi balcón cada noche, cierro los ojos; es terrible escuchar un viento que dice: «la vida se ha suspendido». Y es que la vida, sí, iba demasiado rápido; yo no he valorado como debía el aire que respiraba. Detalles tan sobrecogedores como el de una despedida digna… España siempre hemos sido una nación de ternura y de piel; necesitamos del calor del otro. España está de luto; lo veo cada día, cuando mis seres amados se marchan para siempre sin la dignidad de un «estoy contigo, estoy aquí, y estaré hasta el final«. Lo peor de esta maldita enfermedad no es un golpe de tos que te arrastra definitivamente, no es una respiración insoportable que te desgarra el pecho; es la soledad y la distancia. Quedarte a solas con tus recuerdos sin una palabra final de descanso. Hay muchas formas de miedo, pero anhelo con todas mis fuerzas que el miedo que hoy sentimos por todos aquellos a quienes amamos, y aun por aquellos a quienes siquiera conocemos, anuncie una nueva sensibilidad que permanezca siempre entre nosotros. Que este miedo nos lleve a echar el resto por asegurar la vida de los otros. Que este miedo no sea sino el principio de una voluntad.

Es por esto que os doy las gracias; por un buenos días cada mañana, por el aliento a vuestros conciudadanos, por cada poema en el que empieza la primavera que la vida ahora nos niega, por vuestro acompañamiento, por seguir apostando por la Humanidad. Por ser humanos. Resistimos, y volveremos a vibrar en la alegría.

Julia E. Bonal es solo el nombre de la aprendiz de poeta. Yo soy Raquel. Y este es mi agradecimiento sincero.  

Atentamente. 


«La ciudad se derrumba, y yo cantando.»
Silvio Rodríguez 

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